La Revolución Mexicana es uno de los episodios más famosos en la historia del país debido a su importancia al significar el derrocamiento de la dictadura de Porfirio Díaz e instaurar un nuevo sistema de gobierno democrático, así como lo que llevaría a la fundación del México moderno. Sobre este periodo, cruel y lleno de sangre, hay infinidad de historias: Tesoros ocultos, revolucionarios fantasmas que continúan librando sus batallas, locomotoras espectrales que recorren vías que hace décadas que ya no existen e inclusive las apariciones de figuras como Pancho Villa y Emiliano Zapata.
Pero hay una en especial que es poco conocida, pero no menos interesante. Es la historia de un supuesto hombre lobo que amenazó al estado norteño de Nuevo León durante la segunda mitad de la década de 1910.
La versión popular reza que una noche, una mujer que dormía en su hogar a las afueras del pueblo fue despertada por una serie de toquidos enloquecidos en la puerta de su pobre casucha. Al levantarse y abrir, se encontró con su esposo; quien se desplomó en el marco de la puerta con la camisa destrozada y cubierto de sangre.
La esposa lo llevó al interior, lo bañó y atendió sus heridas usando dientes de ajo y árnica para evitarle la infección de lo que sin duda; era el ataque de un depredador. Toda esa noche, el hombre que ya padecía de una intensa fiebre y delirios, murmuraba algo sobre el ataque de un lobo. El nombre de la víctima, que pasó a la infamia en los meses posteriores, era Inés Perales.
Perales se desempeñaba como jornalero y recolector de leña. Según su historia, ese día se encontraba terminando su jornada cuando su mula reaccionó con sobresalto ante algo. Inés pronto vio a qué se debía: Un gruñido animal y feroz sonó a su espalda, y al girar sobre sí mismo, se encontró a un gran lobo que pronto se abalanzó sobre él; destrozándole el antebrazo a mordidas.
Inés tomó una piedra y golpeó al lobo en el cráneo una y otra vez, hasta hacerlo retroceder entre los matorrales que cubrían el campo.
Inés sanó conforme pasaban los días, pero siempre quejándose de un dolor de cabeza que creció y crecío hasta convertirse en una migraña; la cual lo tornó malhumorado y agresivo. Fue hasta que perdió los estribos e hirió a un vecino a golpes que decidió ya era tiempo de buscar ayuda.
El 19 de octubre de 1918, el subteniente Longinos García, encargado político del pueblo; escribió una carta al subsecretario de gobierno de Nuevo León, implorando ayuda para un hombre víctima de un lobo rabioso. En el tiempo desde su ataque, Inés ya sufría de incontrolables episodios de ira, y pronto se vio obligado a dejar de trabajar; mientras que por su condición mental, ya era una amenaza para la seguridad pública del pueblo. Ya un gran número de familias escribían quejas al encargado y a las fuerzas de la policía, pidiéndoles que se encargaran del enloquecido hombre que recorría los márgenes del río Bravo actuando como una bestia salvaje y que había intentado atacar a un campesino a mordidas.
“El suscrito, Longinos G. García, en funciones de Encargado Político de la Congregación de Colombia, informo a usted lo siguiente(...) y tenemos mucho problema en la Congregación por el vecino que fue mordido por un lobo; pues está actuando de manera extraña: acosa a la gente, gruñe, desgañita, araña, lanza espumarajos por la boca, camina en cuatro patas, y aúlla como lobo...”
Réplica de la carta de Longinos Gracía.
García jamás recibió respuesta del gobierno neoleonense, así que tomó la iniciativa de viajar a casa de Perales e investigar de qué se trataba; pues las historias del hombre lobo hacía mucho que lo colmaban. En su primer intento, la familia de Inés Perales le negó el acceso; por lo que volvió esa misma noche, armado y acompañado de un oficial.
De camino, fue que escuchó un largo aullido que le heló la sangre. No por lo sorpresivo de este, si no porque era completamente distinto al de los perros salvajes y lobos que en aquellas épocas poblaban el semidesierto del norte de México.
La casa de Perales reveló un escenario terrible.
Había conocido al hombre, y lo que estaba encerrado en una habitación no tenía parecido alguno. Perales, atado por cadenas, era una bestia que se movía como un animal cuadrúpedo, gruñía y enseñaba los dientes; y su aspecto era demencial, con largo cabello y una gruesa barba que solo servían para añadir al semblante animalesco.
Y Perales aulló justo como lo que fuese que había oído afuera.
De cuaqluier manera, Longinos apresó al hombre lobo en la cárcel del pueblo, nadie sabe si por un deseo de ayudar a los Perales o para calmar a la población. Se le alimentó y trataron de darle cuidados, pero el hombre convertido en bestia no dejaba de aullar ni de intentar atacar a cualquiera que se acercaba; lanzándose contra las rejas con la cólera de una fiera.
A fines de mayo de 1919, llegó una carta de la secretaría de gobierno.
García, furioso por el contenido del mensaje, se limitó a escribir: "Al C. Secretario de Gobierno: Muchas gracias por la ayuda que ofrece. Pero el vecino mordido por un lobo rabioso hace dos semanas que murió".
Nadie sabe decir exactamente de qué murió Inés Perales.
Hay quienes mencionan que fue la anemia de una mala alimentación, otros que escapó o se suicidó; y unos más han manejado la teoría de que el ataque del lobo no hizo más que infectarlo con hidrofobia, una enfermedad que ataca al cerebro y torna agresivos a los animales. Una enfermedad que conocemos mejor con el nombre de Rabia.
Pero algunas personas sostienen que esto en realidad, fue tal y como dice la leyenda. El insólito caso de un hombre lobo de la vida real, un hombre atacado por una bestia y convertido en una abominación caníbal y sedienta de sangre.
El hombre en efecto tenía rabia y al parecer sufría de estrés post traumático que lo llevó a desarrollar lo que se conoce como licantropía clínica, un ejemplo: el caso del rey Nabucodonosor es el más conocido de licantropía clínica en toda la historia.
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