Mi abuelo tiene una casa en lo más profundo de los bosques, tan apartada de la civilización que lo único que podía hacer durante las vacaciones era salir al campo y atrapar serpientes o perseguir perros salvajes.
Era un niño estúpido y sin temor a nada, por eso dormía solo en una pequeña cabaña para huéspedes en la orilla del terreno; justo al borde de un pantano de agua salada infestado de mosquitos, serpientes y ranas enormes.
Lo que voy a contar me ocurrió durante unas vacaciones de verano, pues habíamos viajado para celebrar el cuatro de julio con el abuelo. Ese día me sentía muy cansado por el viaje, por
eso llegué directamente a dormir en la cabaña. Estaba en ese lapso entre la consciencia y el sueño cuando me di cuenta de que algo no iba bien.
No se escuchaba un solo sonido.
El croar de las ranas, los pájaros en los árboles, las toneladas de mosquitos y bichos en los mosquiteros de la ventana... absolutamente nada.
Me quedé confundido, así que decidí echar un vistazo por la ventana. Oscuridad total.
Era ya de noche.
Mi curiosidad me obligó a vestirme, ponerme botas y rociarme de repelente para salir. Y al estar afuera, me asustó la quietud del ambiente... nada de movimiento, ruido o viento. En todos los años que llevaba yendo al lugar siempre había nubes de mosquitos rondando, alguna rana al borde del agua o incluso el ulular de un búho en los árboles.
¿Qué demonios pasaba?
Di una vuelta alrededor de la cabaña, esperando escuchar algo más que el ruido de mis pies sobre el pasto... y entonces vi el lago.
Había algo al otro extremo de la orilla, como a treinta metros de donde me encontraba. No se movía, pero era enorme. Como de la mitad de mi tamaño y mucho más ancho que yo. Eso bastó para que se fuera la valentía que me quedaba, porque recordé que no había nada tan grande viviendo cerca del lugar.
No podía ser un cerdo, un oso o algún animal que conociera.
Entonces, el bastardo croó.
Como una rana, pero mucho más fuerte.
Me caí de espaldas por el susto, y eso debió haberlo alertado porque la cosa se giró y saltó al pantano. Pensé que venía por mí, así que corrí de vuelta a casa y me encerré a cal y canto.
Jamás le dije a nadie, y no me he vuelto a acercar al pantano desde entonces.
Hasta el día de hoy, duermo en la casa principal cada que visito al abuelo.
Solo faltaría saber si algún lugareño del lugar ha visto una rana gigante.
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