"Comparto un dormitorio en la universidad de las artes de Filadelfia con una chica llamada Kara. Ella es vocalista de jazz, pero su principal interés es la ópera. Compartimos un departamento en el sexto piso de un dormitorio llamado Juniper Hall.
Las paredes son bastante delgadas, y por lo regular sus cantos no me dejaban dormir al inicio.
Luego de un mes o más de sueño perdido, la convencí de practicar por las noches en el estudio de música en el teatro Merriam, que se encuentra a una cuadra del dormitorio.
A eso de las ocho de la noche, Kara me dijo que se quedaría practicando hasta noche para un recital próximo, y que quizás no volvería a casa hasta pasada la media noche. Genial, pensé, pues eso significaba que podría ir a dormir temprano luego de un terrible día en el estudio de actuación. Kara me dijo buenas noches y salió con una taza de café en una mano y una hoja de partituras en la otra.
Cociné queso a la parrilla y sopa, devoré mi cena y de inmediato me preparé para ir a la cama. Para cuando salí de la ducha, mis párpados ya pesaban tanto que apenas y podía cepillarme los dientes. Me cambié a mis pijamas y trepé a la cama superior de nuestra litera.
Quedé noqueada tan pronto como mi cabeza tocó la almohada.
Desperté al escuchar la puerta cerrándose.
Abrí mis ojos y revisé medio dormida la pantalla de mi teléfono: medianoche en punto. Me rodé y volví a cerrar los ojos. Escuché los pasos de Kara en el dormitorio, deteniéndose al llegar a la litera. A lo mejor se cercioró de que estaba dormida, pensé.
Se dejó caer en la cama, lo cual me pareció raro, porque Kara siempre se lavaba la boca y el rostro antes de acostarse. El colchón inferior crujió y después no hubo más ruido.
No ha pasado mucho tiempo cuando estoy a punto de dormirme otra vez.
Estoy en esa frontera entre la consciencia y el sueño cuando algo me despierta.
Un ruido.
Una llave en la cerradura.
La puerta abriéndose.
Kara entra al departamento, tarareando una tonada de ópera.
El colchón debajo de mí acaba de crujir."
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