El palacio de Lecumberri.
En el corazón de la Ciudad de México se localiza el Palacio de Lecumberri, también conocido como "El Palacio Negro"; un ominoso edificio que antiguamente fue una penitenciaría inaugurada en el año de 1900 por el entonces presidente Porfirio Díaz. El edificio sirvió como cárcel hasta el año de 1976, y llegó a contar con hasta 3800 internos distribuidos a lo largo de 804 celdas; y entre los cuales se encuentran personajes conocidos como el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, Ramón Mercader, el asesino de León Trotsky; José Revueltas, el compositor mexicano Juan Gabriel y el escritor William Burroughs.
Lecumberri fue la prisión más temida del país; y no era raro saber de torturas, violaciones, asesinatos y abortos en el interior de ella; debido a que en algún momento funcionó como una cárcel mixta.
En la actualidad, el palacio negro es sede del Archivo General de la Nación; pero su oscuro pasado aún resuena en la infinidad de historias de horror sobre encuentros con espectros de los tal vez cientos de muertos en el interior de sus paredes.
La torre de vigilancia central.
En el interior de la sombría construcción se habla de eventos paranormales que van desde sombras y figuras fantasmales merodeando los pasillos, espíritus chocarreros, gritos e incluso el llanto de un bebé; hasta la imagen de un anciano que aparece cargando archivos bajo el brazo, solo para desvanecerse cuando se intenta hablar con él; un médico fantasma que interrumpe a los guardias durante la noche en busca de un empleado inexistente; la aterradora aparición de un preso ahorcado, el cual se manifiesta colgado de una cuerda hecha con cobijas; e inclusive un charro negro que deambula en el auditorio, siempre acompañado de gritos, lamentos y chillidos infernales.
Pero la más espeluznante (y conmovedora a la vez) historia es la de un fantasma conocido como Don Jacinto, la cual es narrada por un antiguo trabajador del lugar:"Era una noche común, casi como cualquier otra,. Yo estaba terminando de limpiar las oficinas de la recepción que era la que siempre dejaba al último de cada pesado día de trabajo., porque siempre era también, el último lugar en el que la gente que trabajaba allí, pasaba los últimos momentos de su jornada.
Levante unas pequeñas basuras que
quedaban en el piso y pase el trapo para limpiar el suelo por todo el
lugar, para después llevar todas mis herramientas de trabajo a una
pequeña bodega donde guardo mis cosas.
La bodeguita estaba al final de un
pasillo largo, se podía escuchar el eco con cada sonido que emergía del
silencio, no era la primera vez que pasaba por ese lugar y sin embargo,
no me había podido familiarizar con los escalofríos que sentía cada vez.
Esa sensación se hacía más fuerte cada
día que pasaba. Esa noche, había terminado más tarde que de costumbre,
cuando comencé a caminar por el largo corredor, escuche un largo
suspiro, que la verdad, me hizo saltar del susto, pero por más que giré
la cabeza para ver si había alguien, no pude ver nada, me quedé
sugestionado y no pude estar en calma de ahí en adelante, solo salí y me
fui a mi casa a descansar.
Jamás, en los 3 años que llevaba
trabajando allí, había escuchado algo así, aunque los compañeros que
tienen más tiempo, me decían siempre y con mucha certeza de que en el
palacio, espantaban.
Los siguientes días, seguí escuchando
los suspiros, pero no me sentía con la confianza de contárselo a
alguien, ni a mi familia ni a mis compañeros de trabajo, quizás por que
sabía que se burlarían o porque finalmente, alguno de ellos me estaría
gastando la broma. Quizás también podrían decir que me estaba volviendo
loco y hasta me podrían correr, perder el trabajo era un lujo que nunca
he podido tener y en ese momento ni lo deseaba, una semana después de
que escuché el primer suspiro, me llevaría el peor susto de mi vida,
trabajaba en el turno nocturno.
Al caminar por el corredor sin mucha
luz, escuché el suspiro nuevamente y rápidamente me volví sobre mis
pasos: Había un hombre sentado en la silla de la recepción, al caminar
hacie él, vi su rostro demacrado, mi corazón sintió una opresión y el
estómago me dio vueltas, un temblor se apoderó de todo mi cuerpo y mis
rodillas se negaban a flexionarse para dar el siguiente paso, sin
embargo seguí, a pesar de que podría desmayarme en cualquier momento, a
pasos muy lentos, me fui acercando al extraño personaje.
Quien es usted? Cómo entró aqui? Que
desea? preguntaba mientras el miedo se apoderaba también de mi voz y me
hacía tartamudear y hablar muy quedito.
Aquel hombre me clavó una mirada muy
triste y suspiró, con indiferencia agachó la cabeza y se encorvó un
poco, volvió a suspirar.
No vino o tra vez, me dijo en tono hastiado
No vino quien? Le pregunte
Amalia ... No vino Amalia, No la ha visto usted?
La curiosidad pudo más que mi miedo y me atreví a preguntar: Quien es Amalia? Trabaja Aquí?
Amalia es mi esposa.
Como en una película que has visto por
segunda o tercera vez, me comencé a dar cuenta de ciertos detalles:
llevaba un uniforme gris, sucio, gastado. Era un uniforme antiguo,
quizás de 1940, no parecía ser un ente sobrenatural, solo un viejo
hombre, triste, cansado y solitario.
Por que está usted aquí a estas horas?
Ya se han ido todos. Voltee un instante para poner en el suelo una
cubeta que traía en la mano al mismo tiempo que recargaba el trapeador
en la pared, mientras intenté hacerle otra pregunta: Trabaja usted a
...?
Al volver la vista ya no estaba. Sentí,
ahora sí de a de veras, que me iba a desmayar, me tuve que apoyar en la
pared para no perder el equilibrio, mientras revisaba con la mirada,
cada rincón de la recepción. Aquel hombre se había esfumado, sin hacer
ruido, inexplicablemente, sin haber cruzado por alguna puerta cercana yo
estaba en el acceso más próximo y era tan largo que es imposible que
hubiera pasado corriendo sin que yo lo hubiera visto.
Sin embargo, corrí a las puertas que
estaban en la recepción, confirmando que estaban todas cerradas con
llave y candados, gruesos candados. Aunque hubiera tenido llaves, no
hubiera sido posible que tan delgado y tan enfermo como se veía, hubiese
sido tan rápido como para abrir el candado y la chapa y aunque así
hubiera sido, Cómo diablos volvió a cerrar los candados por dentro!?
Después de esa ocasión, nunca fue más
difícil volver a trabajar en el turno nocturno, la sugestión y mi miedo,
me jugaban muy malas pasadas a menudo y comencé a enfermarme de los
nervios. Las sombras parecían cobrar vida y el frío de las paredes de la
penitenciaría me provocaba un extraño sudor que corría desde mi nuca y a
lo largo de la espalda. No obstante, pasaron varios días sin que algún
incidente similar al anterior me sorprendiera.
Una noche no pude más y le pedía a
martita -la señora que tenía copia de las llaves donde se guardan los
registros- que me diera acceso a esos papeles, contándole por supuesto
la historia que estaba viviendo.
Después de buscar por más de 3 horas en
los viejos archivos, vi su fotografía, era él, se llamaba Jacinto y a
grandes rasgos les contaré su triste historia: Le apodaban el venado
porque su esposa le había engañado con su compadre y le habían puesto el
cuerno, además lo venadearon. El compadre y la esposa infiel planearon
un robo y un asesinato, ellos robaron y mataron a una señora muy rica
que había contratado a Jacinto para que trabajara en su casa como
albañil. Al darse cuenta de que esa señora tenía mucho dinero, entraron a
la casa usando el juego de llaves de Jacinto y después de robar joyas y
cosas de valor, le encajaron un martillo, tomado de la herramienta de
Jacinto- en la cabeza no una, sino varias veces.
En un largo juicio, la esposa atestiguo
contra Jacinto alegando que había planeado todo, El vendo no quiso que
su esposa fuera a la cárcel, así que aceptó los cargos, con la falsa
promesa de Amalia de amor eterno.
Cada viernes, Jacinto esperó la visita
de su mujer, pero nunca más la volvió a ver. Solo dos meses estuvo preso
Jacinto pues el último viernes que esperó a Amalia sin éxito, se quitó
la vida, colgándose del barandal del segundo piso del pabellón cuatro.
Al regresar, ya de madrugada a la
recepción y después de tomar un cafecito con martita, al caminar por el
pasillo que era bañado por un solo amarillento foco de 40 watts, vi a
Jacinto en la silla, esperando a Amalia.
Me acerqué lentamente y con temor, pero
sin miedo me senté a su lado, el me vio con su mirada triste y me volvió
a preguntar por Amalia. Amalia ha muerto, le dije casi en forma
automática. El volteó a verme pude ver sus ojos de cerca, ahora sé que
la expresión triste era dada por la forma de sus cejas y su frente, pues
No tenía ojos!!.
Levantó la vista hacia el cielo y sus
brazos se abrieron para después ponerlos en el respaldo de la silla, yo
me caí pues con su movimiento, instintivamente me eché para atrás, Su
boca se fue abriendo mientras un grito espeluznante salió de su garganta
formando un horrendo NOOOOOOOO.
Su cuerpo se empezó a hacer como de humo
gris y lo comencé a perder de vista, se empezó a esparcir por la
habitación y un olor terrible inundó la pequeña oficina, en ese momento
el pequeño foco del corredor explotó y me quedé casi a oscuras,
iluminado por las torretas de las torres de vigilancia y quizás, no lo
recuerdo bien, por alguna linterna de los guardias que pasan haciendo
sus rondas.
Esa fue la última vez que vi a Jacinto,
después de un mes me ofrecieron un trabajo como intendente en Palacio de
Gobierno y salí de las frías paredes de Lecumberri para siempre, pero
nunca olvidaré que en mi estadía, conocí a un fantasma que creía estar
vivo y su única esperanza para continuar entre nosotros, era volver a
ver a Amalia."
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