viernes, 19 de enero de 2018

El maniquí de la abuela.

Historia anónima.
Mis abuelos emigraron al país desde Alemania a principios de los 1930s, y eran dueños de una papelera en una ciudad más o menos importante del centro del país. Les iba bien, y vivían en una mansión que databa de varios siglos atrás; uno de esos caseríos imponentes que seguro más de uno estará imaginándose como salido de una película de terror.
En realidad, era todo lo contrario. La casa de los abuelos era la cosa más normal del mundo, aunque al ser tan grande y con todos los hijos ya viviendo fuera del hogar; imponía un poco por la soledad en sus muchas habitaciones. 

Aquí debo mencionar que mi abuela también se dedicaba a bordar, y acostumbraba a diseñar vestidos por puro hobby; por lo que se había hecho de varios maniquíes a lo largo de los años. Siempre me asustaron, en especial porque la habitación donde los guardaba tenía un gran ventanal que daba al pasillo donde estaban las habitaciones para huéspedes; y tenían esa extraña cualidad de muchas estatuas y pinturas, de sentir que te 'siguen' con la mirada mientras pasas frente a ellos.
Tenía once años en una ocasión que nos tocó pasar la noche ahí, y a mi me enviaron a una habitación del tercer piso; en el mismo corredor por el que se podía ver el ventanal de los maniquíes. Si me ponía de pie en la puerta, era capaz de ver claramente a un maniquí con forma de mujer, el cual le daba la espalda a la ventana.
Esa noche, ya sea por nervios hacia los maniquíes o por la copiosa cena que la abuela nos preparó, fui incapaz de dormir; así que pasé varias horas viendo películas en mi habitación. A mitad de una película animada, más o menos a eso de las dos de la mañana, empecé a escuchar el ruido de algo arrastrándose por la alfombra del pasillo. Bajé el volumen de la película y escuché, esperando escuchar también los constantes quejidos de mi abuelo alandar, el sonido de alguien aclarándose la garganta o algo que me pudiera confirmar la identidad de quien fuese que estuviera caminando por ahí.
Pero nada. Permanecí varios minutos en silencio, escuchando y dándome cuenta de que los pasos estaban acercándose a mi puerta.

Dudé por un rato, hasta que me armé de valor y abrí la puerta lo suficiente para poder asomar la cabeza con facilidad. El corazón me dio un vuelco ante lo que vi.
El maniquí de mujer, ese que había estado de espaldas hacia el ventanal; ahora me veía fijamente. Me congelé, aterrado y pensando si lo que estaba viendo era real. No tenía idea de qué hacer, y aunque mi mente infantil me decía que seguro alguien lo había movido unas horas antes; yo sabía que esa cosa debía estar viva de alguna manera. Algo muy dentro de mí me gritaba eso. 
Cuando pude volver en sí, cerré la puerta con llave y eché a correr de nuevo hacia la cama, donde me cubrí con las cobijas y subí el volumen al televisor. Pero esa cosa, ese maniquí viviente, volvió a caminar. Las pisadas fuertes, arrastrándose en el suelo, se acercaban más y más. Lentas, pero decididas. Así, hasta que escuché un golpe seco en la puerta, como si tomasen un mazo de madera y golpearan con poco interés; solo para intentar llamar mi atención, a manera de reconocimiento, una forma del maniquí para hacerme saber que estaba consciente de que yo estaba ahí. 
El ruido se detuvo, y ya pasaban de las cuatro de la mañana cuando reuní el suficiente valor para echar un vistazo por debajo de la puerta. La luz de la luna que se filtraba por las ventanas me dejaba ver el pasillo inmediato con toda claridad, y sí, ahí estaba esa cosa. Dos pies pálidos y sin dedos de pie frente a la puerta. En ese instante, hubo otro sonido de arrastre, y abrí la puerta justo en el momento para ver al maniquí desapareciendo hacia el final del pasillo. No caminaba. Era más bien como si algo lo hubiese jalado a la oscuridad de la habitación al fondo. 
No pude más. Salí despedido a toda velocidad por las escaleras y corrí hacia el garage, donde me quedé hasta la mañana que mi papá fue a buscarme. 
Sobra decir, que no volví a pasar una noche ahí, y cuando iba de día, evitaba a toda costa el subir al tercer piso yo solo. Con el tiempo llegué a pensar que tal vez se debía a una alucinación, a la falta de sueño o quizás solo lo imaginé; convencerme a mí mismo de que los fantasmas no existían y mucho menos los maniquíes vivientes.

A fin, mi abuela falleció de edad avanzada hace unos pocos años.
Mi padre se encargaba de los trámites respecto a la casa y las posesiones de mi abuela, y en uno de los días posteriores a la muerte de mi abuela, me llamó para pedirme que pasara por él; ya que era demasiado tarde. 
Mientras frenaba en el camino delante de la casa, volteé instintivamente hacia el tercer piso y lo vi. No grité, pero sí experimenté una sensación increíble de terror. En la ventana, viendo hacia el frente de la casa, ahí estaba el maniquí de pie. Pude ver como retrocedía, desapareciendo en la oscuridad de la habitación.
Sé que sigue ahí. Y a lo mejor está moviéndose mientras escribo esto.

miércoles, 17 de enero de 2018

Las manos peludas.

Uno de los espectros o manifestaciones fantasmales más famosas alrededor del mundo, son aquellas que consisten en la aparición de manos cercenadas que reptan por el suelo y las paredes como grandes tarántulas, que buscan alimentarse del miedo o realizar 'castigos' al jalar los pies de los niños mal portados al dormir.
El mito es extremadamente viejo, y aparece no solo en la figura latinoamérica arquetípica de la "mano peluda"; si no en sitios tan distantes y dispares como las campiñas y las ciénagas de Inglaterra, los caminos rurales de México o los baños en las metrópolis japonesas. 

La Mano Peluda.
Oriunda de México y algunas regiones de Centroamérica, también es conocida como "mano pachona", "mano del diablo" o la "mano negra". Y la leyenda es tan variopinta como sus nombres: Así, puede ser la mano amputada de una bruja víctima de la Inquisición Española, la mano de un joven que cometió el pecado de masturbarse demasiado, la zarpa de un demonio en busca de almas o incluso la de un obrero que haya sido cortada por accidente.
De cualquier forma, este espíritu toma el rol de una especie de boogeyman o de coco, una figura arquetípica para asustar a los niños y evitar un mal comportamiento. La leyenda reza que esta mano, parecida a la de un simio de gran tamaño, aparece bajo las camas o los muebles para jalar la extremidad de algún niño mal portado o un pecador; otros que inclusive ataca al emerger del inodoro. Ciertas variantes del mito señalan que el espectro ronda fábricas o vías del tren abandonadas, y que perteneció a un obrero o trabajador del tren, siendo cercenada en un incidente desafortunado. 
Como nota extraña, en varios pueblos y zonas del exterior de las grandes ciudades de la república mexicana, se han dado incontables relatos sobre encuentros con estas manos peludas; todas ellas compartiendo la misma descripción de una mano grande y deforme, similar a la de un primate y cubierta de grueso pelaje negro.

El Kurote.
Hace mucho, en la provincia japonesa de Noto, vivía un samurai de nombre Kasamatsu Jingobei. Kasamatsu habitaba, como se esperaba de alguien con su condición de guerrero al servicio de un señor terrateniente; en una gran casa lujosa. 
La vida del samurai transcurrió sin mucho problema, al menos hasta un día en que su esposa llegó corriendo a él. La mujer, aterrada y reducida a una ruina balbuceante, tardó unas horas en calmarse lo suficiente para relatarle lo ocurrido al samurai: La mujer había estado en el cuarto de baño, cuando sintió que una mano salía del drenaje y la acariciaba con dedos largos y monstruosos. El samurai, que de inmediato supo que se trataba del trabajo de un demonio yokai, tomó su katana y entró al baño; dispuesto a castigar al intruso sobrenatural.
Y como lo había previsto, un brazo enorme, cubierto de pelo negro y maloliente; salió del hueco del drenaje y estiró la mano hacia él, intentando tomarlo. Kasamatsu, un habilidoso guerrero, blandió su espada y cercenó la mano de la criatura con un rápido mandoble.
Tres días después, un grupo extraño de sacerdotes apareció en la puerta de Kasamatsu; pidiéndole pasar bajo la excusa de que habían sido enviados por su señor, ya que en la casa de Kasamatsu había evidencia de un extraño yokai conocido como el Kurote, el cual habita los baños. 
Kasamatsu guió a los sacerdotes a una habitación, donde guardaba la mano amputada en una caja de roble a manera de trofeo. Uno de los sacerdotes la tomó, identificó al yokai como un Kurote y la pasó a uno de sus acompañantes. Este, para sorpresa del samurai; soltó una carcajada y se transformó en un monstruo velludo, el cual dijo "¡Esta es la mano que me cortaste!" antes de desvanecerse junto con los otros dos sacerdotes.
Tiempo después, Kasamatsu volvía a casa de una reunión con su señor cuando sintió que algo caía de los árboles y lo derribaba. Tirado en el suelo, Kasamatsu sintió como una fuerza descomunal lo levantaba y lo arrojaba una y otra vez. Pasaron unos cuantos minutos durante aquél suplicio, y cuando Kasamatsu pudo recuperarse, notó que su preciada espada, aquella que había usado para arrancar la mano del Kurote... había desaparecido.

Las Manos de Dartmoor.
El puente de Postbridge, donde se producen los
encuentros con las manos peludas.
En la región británica de Dartmoor existe un camino conocido como el B3212, el cual conecta los pueblos de Postbridge y Two Bridges. Este camino es famoso por la terrible actividad paranormal que ocurre en él desde el año 1919, la cual ha resultado en varios accidentes trágicos.
En 1910, varios ciclistas que recorrían el tramo de la granja Acherton a las afueras de Postbridge; comenzaron a reportar incidentes inexplicables, en los cuales los manubrios de sus vehículos eran repentinamente jalados por una fuerza inexplicable; conduciéndolos a estrellarse en las zanjas y los árboles del camino. Con el advenimiento de los automóviles y el uso de estos, tampoco tardó para que se dieran casos similares; muchos de ellos con resultados fatales.
El misterio continuó hasta mediados de la década, cuando un oficial del Ejército Británico chocó en su motocicleta y fue auxiliado por pobladores que vieron el incidente. Al dar su testimonio, el oficial explicó que el causante no había sido una fuerza misteriosa o un fenómeno magnético; sino un par de enormes manos peludas que se 'colocaron' sobre las suyas y lo obligaron a salir del camino.
En 1920, una viajera despertó a mitad de la noche y pudo observar una enorme mano peluda que trepaba por la ventana de su caravana como una especie de araña. Este fenómeno ha continuado por décadas, y todos aquellos que han sobrevivido a la experiencia dicen lo mismo: Al conducir por el camino, hay un punto en el cual sus manos son cubiertas por un par de garras espectrales parecidas a las de un chimpancé; las cuales mueven el volante y obligan el auto, motocicleta o bicicleta a chocar. 

La Garra del Ateo.
De acuerdo con el autor Elias Owen en su libro "Una Colección de Leyendas de Gales", hubo un fenómeno ocurrido en el siglo XIX en el pueblo de Flintshire, y el cual le ocurrió a un hombre que se declaraba a sí mismo como un ateo.
El hombre, de nombre Richard Roberts, era un no-creyente que prefería pasar los domingos cultivando su campo en lugar de acudir a los servicios eclesiásticos de la mañana. En una ocasión, Roberts recogía nueces en un prado cuando encontró un arbusto repleto de bayas; mismas que eran bastante escasas durante esa época del otoño. Sabiendo que podía cobrar bastante por venderlas, Roberts se arrodilló para recogerlas y fue en ese momento que una garra peluda emergió del arbusto; soltándole manotazos e intentando agarrarle la mano.
Roberts pudo salir corriendo de ahí, aterrado por la posibilidad de que la garra perteneciese al mismo Demonio; algo que pensó, fue provocado por su falta de fe y respeto a las creencias de la iglesia. 

Oniate, la mano seca.
El Oniate.
Oniate, conocido como Dedos Secos o la Mano Seca; es la aparición de un brazo momificado que se original del folklore de los Iroqueses, los Séneca y los Cayuga; pueblos nativos del norte del estado de Nueva York.
La leyenda no es clara, y Oniate puede ser tanto un fantasma como una especie de boogeyman o espíritu chocarrero que busca aterrorizar a los viajeros durante la noche. En otras variantes de la historia, Mano Seca es una aparición vengativa cuya labor es castigar a quienes se portan mal; en especial a los que hablan mal de los muertos, siembran la discordia en una familia o se entrometen en los asuntos de las personas. Se dice que el Oniate puede volar, y que quienes son tocados por él sufren de enfermedades misteriosas e incurables, quedan ciegos repentinamente o mueren; dependiendo de la gravedad de sus crímenes.

Manekute no Yurei.
En la mitología japonesa, existe un género de los Yurei (espíritus vengativos) que vagan por las casas en busca de reconocimiento y que alguien les rinda tributos en los templos para poder descansar en paz. El Manekute no Yurei, es un tipo de espíritu que se asienta en las casas cercanas a los templos o en aquellas donde viven personas piadosas; pues el espíritu busca que se realice una ceremonia que le permita descansar. 
Una leyenda sobre este ser tiene su origen en el periodo Edo, y habla de un monje peregrino que caminaba rumbo a la villa de Akiyama a mitad de la noche; cuando escuchó el sonido de pisadas detrás de él. El monje, asiduo a sentir presencias espectrales, supo de inmediato que se trataba de un alma en pena. 
El monje se arrodilló, sacó sus instrumentos y preparó un talismán con un sutra Budista. Se giró para confrontar al espíritu y fue entonces que una mano blanca salió de la oscuridad del bosque, extendiendo la mano en dirección al monje. Este colocó el sutra en la mano del espíritu y realizó una oración designada para el descanso de los muertos.
Ese Yurei jamás volvió a aparecerse en el camino.

lunes, 15 de enero de 2018

Furisode - El Kimono Morado

Patrick Lafcadio Hearn
El escritor irlandés Patrick Lafcadio Hearn es famoso por su interés hacia la cultura tradicional japonesa del siglo XIX, y entre sus obras figuran no solo escritos detallando las costumbres, sociedad y expresiones culturales del país del sol naciente; si no también aspectos más oscuros como la temática escrita en su última obra antes de morir, "Kwaidan: Historias y Estudios de Cosas Extrañas"; donde narra varias leyendas japonesas de fantasmas y que fue posteriormente adaptada a una película homónima en 1961.
Una de estas historias es "Furisode", que trata sobre una maldición relacionada al amor y la obsesión de una joven por un samurái; la cual además de terminar cobrando varias vidas, casi terminó con una ciudad.
La historia reza así:

"Recientemente, al pasar por una calle pequeña y atiborrada de anticuarios, noté a la venta un Furisode, o kimono de mangas largas en ese hermoso color púrpura denominado Murasaki; el cual colgaba en una de las tiendas. Era un kimono del tipo preferido de las damas de alto rango en el tiempo de Tokugawa, por lo que me detuve para observarlo con detenimiento. En ese instante, vino a mi memoria una leyenda que involucraba una ropa parecida, y que casi destruyó al antiguo Edo.

Hace doscientos cincuenta años, la hija de un mercader japonés de la ciudad de los Shogunes atendía a las actividades del festival dedicado a un templo cuando, entre la muchedumbre, notó a un joven samurái muy apuesto y del cual quedó perdidamente enamorada. Para su mala suerte, el joven se esfumó entre la multitud antes de que pudiese dirigirle la palabra. Pero el amor que sintió por él en ese momento, fue tal que la imagen del hombre quedó grabada en su memoria hasta en el más mínimo detalle.
Pero el recuerdo más vívido era la ropa color púrpura del guerrero. Curioso, pues los samuráis, siendo guerreros honorables; obtaban por ropas de tonos más opacos la mayoría del tiempo. De cualquier modo, la joven doncella decidió mandar a hacer un kimono del mismo color, idéntico en los detalles y emblemas para que así; pudiera llamar su atención cuando lo volviera a ver. El kimono, un Furisode de mangas muy largas; era bellísimo y la obsesión de la joven por el guerrero la condujo a jamás quitárselo, sin importar a donde fuera. Pasaba horas perdida en la contemplación de la prenda, soñando y lamentándose por el hipotético futuro al lado de aquél samurái. En las noches, incluso rezaba a los dioses del hogar y a Buda para que pudiera ganar la afección del hombre.
Siempre, repitiendo el encantamiento o mantra de "¡Namu myo ho renge kyo!"

Desgraciadamente, esto no ocurrió. Conforme los días se volvieron meses, y estos años, la chica se deprimió y su salud menguó hasta que falleció de lo que hoy sabemos, es un corazón roto. Tras su entierro, la familia de la desdichada víctima donó el kimono al templo budista; pues en Japón se acostumbra donar la ropa de los muertos para volver a ser usada.
El monje a cargo del templo notó de inmediato la calidad del kimono, así que lo vendió a un buen precio. Estando hecho de seda costosa y casi intacto pese al uso que la joven difunta le daba; no tardó mucho tiempo en ser comprado por otra muchacha más o menos de la edad de su dueña original. Pero esta solo lo vistió un día, pues misteriosamente cayó en cama y empezó a actuar de manera extraña; diciéndose atormentada por la visión de un hombre muy bello al que jamás podría tener. Luego de eso, murió y el kimono fue devuelto al templo.

El monje lo vendió por segunda vez, y la historia se repitió. La nueva dueña también empeoró de salud y a quejarse de un hombre hermoso poco antes de fallecer. Cuando el kimono regresó al templo, los monjes del lugar empezaron a dudar al respecto. De cualquier manera, terminaron vendiéndolo otra vez. Como en las dos veces anteriores, la cuarta dueña también falleció.

Esa fue la confirmación de que algo maligno habitaba la prenda. El sacerdote principal ordenó a lo smonjes que hicieran una hoguera en el templo y echaran ahí el kimono para destruirlo. Pero, al arrojar la prenda al fuego y esta empezase a arder; los caracteres de una invocación budista aparecieron entre las llamas como ascuas brillantes, esparciéndose por el aire hacia el tejado del templo.
Las chispas, al entrar en contacto con la paja y madera del templo, desataron un incendio que se extendió a los tejados contiguos y de pronto toda la calle se vio convertida en un infierno. Y después, otra. Y otra, y otra. Al final, la ciudad ardió en un episodio que quedó en la historia de Tokio como el Gran Incendio del Furisode."

Según el libro Kibun-Daijin, la dueña del kimono se llamaba O-Same y era la hija de Hiyokemon; un mercader de vino en el distrito de Azabu. Y dependiendo de quién cuente la historia, hay personas que sugieren que el samurái no era un hombre común y corriente; si no un dragón transformado, una serpiente, un kitsune, un espíritu Gaki o inclusive un demonio que buscaba almas.
Kimono tradicional de corte Furisode.

La oficina.

Soy el dueño de una agencia de publicidad, y hace años ocupamos el último piso de un antiguo teatro en una zona algo popular de la ciudad. Por lo que investigué y otras cosas que el dueño del inmueble me mencionó, el lugar fue construido por una orden de masones para albergar un templo durante la primera mitad del siglo pasado. De hecho, los ladrillos de las cornisas tienen grabados los símbolos religiosos de la orden.
En el proceso de mudanza y la instalación de nuestro equipo de trabajo, el dueño me contó de forma amable que a veces pasaban cosas inexplicables en el edificio, pero nada de qué alarmarse. En ese tiempo no creía en fantasmas, así que no lo tomé demasiado en serio. 

Cuando mudamos todo el equipo y nos encontrábamos en el proceso de acondicionar el lugar con cubículos, el ocupante anterior del piso nos repitió la misma historia de fantasmas y sucesos raros. Naturalmente, ni yo ni mis empleados tomamos esto en serio... al menos hasta que comenzó a darse actividad que no podíamos explicar. Con el transcurso de los días, caímos en cuenta que cada que se daba la situación en que solo una persona se quedase laborando a altas horas de la noche, por cualquier razón que fuera, ese empleado empezaría a escuchar ruidos extraños: Pisadas, perillas que se movían como si alguien o algo las intentara abrir, y puertas que se cerraban solas.

Esto me pasó a mí también.
Una mañana de sábado, llegué temprano porque debía terminar un discurso para un cliente. Era el único en la oficina, apenas acababa de amanecer y me encontraba concentrado en sacarle el jugo a ese discurso. Debía haber tenido una hora trabajando en la computadora cuando escuché lo que claramente era el sonido de una voz. La voz de una niña que gritó muy enojada: "¡Papá, ven a casa! ¡Ya!"
Solo me tomé el tiempo para bajar el discurso a una memoria USB y salir corriendo de ahí.

Unos meses después, le platiqué la historia a un chico de RP, que a su vez la repitió a un amistad suya, una mujer que se dedicaba a leer las cartas del tarot. Ella al parecer le dijo que sentía que la historia era auténtica, y procedió a informarle que podía visualizar el edificio; describiéndoselo tal y como era, con excepción de que mencionó que nuestras oficinas estaban en el sexto piso. El chico de RP la corrigió, porque la oficina se encontraba en un quinto piso. Un tiempo después, cuando el chico de RP me habló de su amiga, yo lo corregí y le expliqué que si, que las oficinas estaban en el quinto piso; pero que originalmente había sido el sexto, y habían renumerado las plantas luego de remodelar la construcción una década antes.

Finalmente, nos mudamos de las oficinas y otra agencia de publicidad ocupó el lugar. Le advertí al nuevo dueño sobre las cosas raras que pasaban en el edificio, pero él se burló y me dijo que no creía en fantasmas. Unos meses después, hubo un incendio en el sótano del edificio. Inexplicablemente, el fuego atravesó los ductos del aire acondicionado sin afectar ningún piso, excepto el último. 
Todas las propiedades de la agencia de publicidad se quemaron.
Y creo que ya saben la moraleja. 
No se burlen de los fantasmas.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Fantasmas en centros comerciales.

La Niña Ensangrentada.
Entre los asiduos a la tienda Wal-Mart de Oxnard, California; circulan historias de encuentros con un espectro que a muchos les helaría la sangre con solo imaginarlo:  Una niña que lleva un vestido ensangrentado y que juega con las mercancías del pasillo de juguetes.
Quienes la han visto, aseguran que el fantasma aparece cuando alguien entra al pasillo de juguetes, y además de su apariencia escalofriante; tiende a voltear a mirar a las personas con ojos completamente blancos antes de sonreírles de forma juguetona y desaparecer. Nadie sabe su identidad o porqué está ahí, pero los que saben de la leyenda o la han visto, aseguran que fuera de su apariencia escalofriante; el fantasma no parece ser malévolo y tampoco irradia un aura de negatividad. Entre los empleados, se dice que la niña puede haber sido asesinada en el prado donde años después se construiría la tienda.
Otros sostienen que al ser todavía pequeña, pues quienes la han visto aseguran que no pasa de los diez años, se entretiene jugando con los objetos en los anaquels de la sección infantil.
Aún así, y mientras no exista una versión oficial sobre su identidad, los trabajadores insisten que es preferible dejarla en paz; pues jamás ha agredido a alguien.

El alma de Panorama City.
Cerca de ahí, en Panorama City, existe otro Walmart que fue construido sobre lo que anteriormente había sido un centro comercial abandonado. Este enorme local cuenta con la distinción de ser uno de los pocos Supercenters de Walmart que cuentan con más de un piso; y además es una de las tiendas más embrujadas en los Estados Unidos.
Los primeros reportes emergieron al poco tiempo de ser inaugurado, e involucraban sucesos usualmente relacionados con fantasmas y Poltergeists; como mercancía que caía de los anaqueles sin explicación alguna, olores fétidos y puntos gélidos aún en los calurosos días del verano californiano. A eso se le añadieron voces misteriosas y varios clientes que decían ser 'empujados' por algo invisible en los ascensores. 
De acuerdo con una leyenda urbana de Panorama City, el espíritu es el de una joven que falleció en la tienda Broadway por un ataque cardiaco; y su espíritu inquieto es tan poderoso que forzó a la administración de Walmart a clausurar el acceso al tercer piso para evitar más ataques a empleados y visitantes; pues estos iban en aumento.
En una historia en específico, un comprador dijo haber visto a una joven de cabello largo y rubio observando la mercancía en un estante de ropa mientras iba de camino al ascensor. Para su desconcierto (y terror), al salir del ascensor en el cuarto piso, se encontró frente a la misma joven; quien lo miró y sonrió de manera casi demoniaca y después se desvaneció.

El Hombre Desgarrado.
También en California, la tienda de la cadena Save-Mart en Chowchilla es hogar de un espectro horriblemente mutilado al cual se le conoce como 'el Hombre Desgarrado'; por las marcas de cuchillas o zarpas que deforman su rostro.
Al ser una tienda de veinticuatro horas, el ente ha sido visto en numerosas ocasiones no solo por visitantes y personal, sino cámaras de circuito cerrado y digitales; siempre merodeando la zona en torno a la sección de productos congelados. Aquellos que han tenido la mala suerte de encontrárselo, aseguran que tiene la apariencia de un hombre adulto que fue atacado por un animal con grandes zarpas, y que las heridas en su rostro no sangran pese a ser bastante profundas y terribles.
En una historia encontrada en internet, un ex-trabajador de la tienda narra como él y otro compañero tenían un 'juego' para pasar las horas muertas en la madrugada. El juego consistía en recorrer los pasillos por separado, retando a los fantasmas para que aparecieran. Al principio, la charada no logró más que entretenerlos y de vez en cuando sacarles algún sustito por algún ruido inexplicable; pero esa suerte se acabó en una noche de invierno.
Poco antes del amanecer, uno de los dos empleados caminaba frente a la sección de productos congelados cuando el espíritu apareció frente a él. Sin tiempo para reaccionar, el trabajador permaneció de pie, congelado por el miedo hasta que el espectro abrió la boca y le sopló en el rostro con un vaho que apestaba a carne podrida. El trabajador salió corriendo despavorido de la tienda y jamás volvió a ella.

Los Vándalos.
En otra tienda de Save Mart en la misma región, los empleados llevaban años quejándose de que el sitio estaba embrujado por algo. Durante las noches, los encargados de acomodar la mercancía decían sentirse observados y perseguidos por 'algo'. Cuando la tienda fue clausurada en el 2008, quienes transitaban cerca de la zona después de la medianoche decían que en las ventanas del edificio podían verse sombras y que se escuchaban susurros en el estacionamiento; al grado de que la policía acudió en varias ocasiones a investigar reportes de vándalos que se habían metido a la tienda; solo para encontrarse con que el lugar estaba perfectamente cerrado.

La tienda Yogya.
En mayo de 1998, Indonesia cayó en una serie de disturbios que duraron por dos semanas en las regiones de Java, Sumatra y Jakarta. En uno de los eventos más trágicos, la tienda Yogya del suburbio de Klender, en Jakarta; se incendió mientras cientos de personas se encontraban saqueándola. Cuando las llamas se apagaron y los cuerpos de rescate pudieron entrar, se recuperaron 486 cuerpos achicharrados a lo largo de la tienda.
La tienda fue demolida y un par de años más tarde se construyó un nuevo centro comercial sobre el terreno. Desde entonces, en él se han reportado varios sucesos paranormales que van desde el ruido de muebles que se caen, cristales que se rompen, pasos apresurados y el ruido de alguien al barrer el piso con una escoba de ramas; hasta la aparición de marcas de 'dedos' y huellas de niños con ceniza, así como casos de posesión y la visión de una mujer y su hijo pequeño en los estacionamientos del sótano.

Los lobos de Dimond.
En Alaska, el centro comercial Dimond es hogar no solo de cadenas multinacionales; si no de espíritus y sucesos sobrenaturales dignos de la película Poltergeist. Pues, se asegura que este centro comercial de última tecnología fue construido sobre un antiguo cementerio indígena y, al igual que en la película previamente mencionada; hay quienes sostienen que los cuerpos enterrados ahí jamás fueron movidos.
Durante la construcción, los albañiles encontraron toda clase de artefactos de las tribus nativas de Alaska, así como tumbas y esqueletos que databan de una época anterior a la colonización europea. Hasta el día de hoy, los empleados que permanecen en las tiendas después del cierre, comparten relatos de tambores y flautas que suenan aparentemente de la nada, imágenes fantasmales de nativos que rondan los pasillos, una malvada presencia que sisea como serpiente en los baños y ataca a los visitantes que permanecen en ellos mucho tiempo; pero quizás la más aterradora de todas sea la de la aparición de una manada de lobos fantasmas que corren en estampida por los pasillos.

lunes, 13 de noviembre de 2017

El fantasma de Aizuwakamatsu.

Hace muchos años, en el pueblo de Aizuwakamatsu, vivían un hombre llamado Iyo y su esposa. Eran una familia normal. Al menos, hasta la noche en que un espectro yurei apareció en su casa.

Esa primera noche, la mujer muerta (a quien ni Iyo o su esposa conocieron en vida) apareció en el jardín de la casa. El fantasma empezó a tocar la puerta y a llamar a la esposa de Iyo por su nombre, una y otra vez. La esposa de Iyo, sin embargo, era una mujer bastante brusca y con mal temperamento; por lo que cuando escuchó al fantasma hablándole, salió de la cama y se asomó por la ventana para gritarle.

"¿Quién rayos eres y qué quieres?"

Pero no hubo respuesta más que el espectro repitiendo su nombre una y otra vez.
La mujer, preparada para algo así, sacó una caja de su armario y extrajo de ella un ofuda. Un ofuda es una tira de papel de arroz preparada por un monje japonés, el cual escribe mantras en ella para exorcizar fantasmas y demonios de alguna casa o lugar. La esposa de Iyo, furiosa, salió al jardín y le arrojó el ofuda al espectro; el cual desapareció como si estuviese hecho de humo de cigarrillo.
Pero lejos de ahuyentar al yurei, este siguió atormentando a Iyo y a su mujer. La noche siguiente, apareció en la cocina, emergiendo del fuego en la estufa como una pavorosa figura hecha de llamas. Después, de nuevo en el jardín; donde caminaba sin rumbo, golpeando una campanilla con un pequeño mazo de madera. Esto continuó por varios días hasta que la esposa de Iyo decidió acudir a un templo local y pedir ayuda a los espíritus budistas y los Kamis de la naturaleza; para que estos protegieran su hogar del espantajo.
Rezó fervientemente, y esto al aprecer funcionó pues esa noche el fantasma no apareció.

Lamentablemente, al octavo día, el yurei no solo regresó si no que en esta ocasión se manifestó en la habitación de la pareja; flotando sobre la cama. A mitad de la noche, el espectro flotó hacia la orilla de la cama y empezó a acariciar los pies de la esposa de Iyo. Eso fue la gota que derramó el vaso.
Iyo y su mujer salieron despavoridos de la casa, sabiendo que si el yurei estaba tan cerca de ellos, era porque quería algo o a alguno de los dos. La casa quedó abandonada, pues la pareja decidió irse del pueblo y desaparecer por completo; y nadie supo nunca cuál era la identidad del yurei o porqué acosaba al matrimonio.

domingo, 12 de noviembre de 2017

La historia de Kana.

El terremoto y tsunami posterior del 11 de marzo del año 2011 en Japón, fue la pérdida de vidas humanas más grande en aquél país desde el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki al final de la Segunda Guerra Mundial; casi setenta años atrás.
En el año 2014, un periodista británico se dio a la labor de entrevistar a un reverendo japonés tras la racha de reportes de encuentros y sucesos paranormales a raíz del fenómeno del 2011. El monje, identificado únicamente como Kaneda, procedió a contar su historia; de como había sobrevivido al terremoto en el templo y el momento terrible en que un ejército de personas acudió a su templo zen con la intención de enterrar a sus difuntos.
Cerca de veinte mil personas en la comunidad de Kurihara fallecieron durante el siniestro, y durante el mes siguiente Kaneda realizó más de doscientos servicios funerales. De acuerdo a Kaneda, la gente no lloraba ni se lamentaba de lo ocurrido, era como si una sombra de indiferencia hubiese caído sobre el pueblo. El reverendo no pudo hacer más que encogerse de hombros y realizar las ceremonias obligatorias.
Fue esto lo que motivó a Kaneda a realizar un evento que bautizó como 'el café del monje', en el cual él y un grupo de monjes viajaron por las montañas y las aldeas costeras para hablar con las personas y hacerlas sentir mejor. Muchos de los que acudieron a los cafés del monje eran refugiados que ocupaban las frías cabañas preconstruidas de metal que el gobierno japonés les había asignado a raíz de perder sus hogares; y en medio de las conversaciones y consejos de los monjes para que la gente superara su dolor, comenzaron a escuchar toda clase de historias sobre sucesos extraños y encuentros con las víctimas en casas, oficinas de trabajo, escuelas, playas y ruinas. Y experiencias que iban desde pesadillas y sensaciones desagradables hasta posesiones de espíritus:
Un hombre quejándose de algo que caminaba sobre su pecho en las noches. Una adolescente que veía a un niño agazapado en los rincones de su casa. Un hombre que veía los rostros de los muertos en los charcos cada que llovía. Un ingeniero civil que encontró al espíritu de una mujer vestida de rojo en una playa abandonada. Bomberos que acudían a llamadas en domicilios que habían quedado reducidos a escombros. Un taxista que llevó a un espíritu a su hogar. Una anciana que aparecía en los hogares temporales de los refugiados para beber té, y desaparecía dejando un asiento o un colchón empapado con agua de mar.

Kaneda, al igual que muchos sacerdotes de varias religiones, se vio obligado a acudir a llamadas para tranquilizar a los espíritus. Un monje budista inclusive escribió un artículo en el diario de la Universidad de Tohoku cuando el problema de los fantasmas se salió de control; al grado de que el gobierno de las prefecturas declaró que Japón experimentaba una crisis sobrenatural, pese a lo risible y fantástico de la idea.
Y es que en Japón se dice que quienes mueren de forma violenta o antes de tiempo, corren el riesgo de convertirse en Gaki, un tipo de fantasmas chocarreros que viajan entre mundos propagando maldiciones y atormentando a los vivos. Estos seres deben ser aplacados con rituales familiares, pero en muchos casos, líneas enteras de familias se vieron aniquiladas por la ola y estos espíritus terminaron abandonados.
Kaneda procedió a contarle al periodista un caso en particular, el de una joven a quien llamó 'Kana'; y el cual es posiblemente uno de los casos más extremos de posesión en la historia de la parapsicología.

Una mañana de junio, Kaneda recibió la llamada de una joven de nombre Kana, la cual sonaba bastante perturbada. Kana hablaba de suicidarse, porque había cosas dentro de ella. Esa noche, Kana llegó al templo acompañada de su madre, hermana y su prometido; y fue el prometido quien puso al tanto a Kaneda.
Kana trabajaba como enfermera en Sendai, era una joven común y corriente, y cuya familia no había sido afectada en lo mínimo por el tsunami. Pero durante las semanas posteriores al evento, comenzó a quejarse de que 'algo' estaba metiéndose en ella; de que había presencias invisibles en torno a ella. Mientras hablaban, Kana perdió la consciencia por espacio de unos segundos.
Al despertar, ya no era ella.

"¿Quién eres, qué quieres?" Le preguntó Kaneda. Y lo que respondió, no sonaba como Kana.

El espíritu en cuestión era una joven cuya madre se había divorciado y vuelto a casar. La joven terminó sintiéndose despreciada por su nueva familia, por lo que decidió huir y terminó trabajando en el mundo del Mizu Shobai; los círculos nocturnos de bares, clubs y prostitución de Japón. Ahí, terminó deprimida y cayendo bajo el control de un hombre morboso y manipulador. Sintiéndose sola, la joven se suicidó y su espíritu acabó como un Gaki al ser olvidada por sus familiares.
Kaneda le preguntó al espíritu si quería ir con él, si quería ir a la luz. Condujo a Kana al interior del templo, recitó un sutra y le roció agua bendita. Cuando terminó sus rezos a eso de la una y media de la mañana, Kana había vuelto a la normalidad y su familia pudo volver a casa.

Tres días después, Kana volvió al templo quejándose de un grave dolor en su pierna izquierda y la sensación de ser acechada por algo invisible. Kaneda le pidió que dejara que el ser hablara, y de inmediato la postura y la voz de Kana cambiaron a las de un hombre. El monje entabló conversación con el espíritu, el cual se reveló como un marino de la Flota Imperial que falleció durante la segunda guerra mundial luego de que su pierna fuese herida seriamente por un disparo de artillería americana.
Kaneda habló con el fantasma, calmándolo y entonando los cánticos para exorcizarlo. Reconfortó a Kana luego de eso, pero Kaneda sabía que esto apenas estaba comenzando y que algo en el agua estaba incomodando a los espíritus.

Durante el verano, Kaneda exorcizó a más de veinticinco espíritus del cuerpo de Kana; y con excepción de los primeros dos, todos víctimas del tsunami. Recordó el caso de un hombre de mediana edad que buscaba a su hija, la cual había estado en la escuela cuando se emitió la alerta de tsunami. El hombre intentó conducir a lo largo del camino costero para recogerla, pero fue a mitad del trayecto que la ola golpeó la costa y acabó matándolo. 
"¿Estoy vivo o no?", preguntó el fantasma.
Kaneda le respondió que no, y le informó que habían muerto más de veinte mil personas. Después le preguntó donde estaba, y si había algo qué hacer por él. 
"Estoy en el fondo del mar. Y no puedo subir. La luz es pequeña, hay muchos cuerpos aquí." 
Kaneda conversó con el espíritu por dos horas, invitándolo a considerar el hecho de que ya había fallecido y que debía hacerse a la idea de que el cuerpo que ocupaba era el de una chica cuyos padres estaban preocupados. 

Día tras día, los espíritus ocuparon el cuerpo de Kana una y otra vez. Historias, nombres, direcciones y relatos coincidían con las víctimas en las listas de desaparecidos y defunciones. Un espíritu era el de alguien que había sobrevivido el tsunami pero se suicidó luego de saber que sus dos hijas habían muerto. Otro quería ir al lado de sus ancestros, pero no podía encontrar el camino de vuelta al altar familiar porque su hogar había sido arrasado hasta los cimientos por las olas. Otro hablaba en un dialecto de la prefectura de Tohoku, y estaba muy preocupado por su esposa, la cual vivía en un campamento de refugiados y al parecer coqueteaba con la idea de suicidarse.
En una ocasión, Kana fue poseída por el espíritu de un perro: el cual era la mascota de una pareja que vivía cerca de la planta nuclear de Fukushima. Sus dueños huyeron despavoridos, pero en la prisa por hacerlo olvidaron desatar al perro y este murió lentamente de hambre y sed. 
Lo más difícil, recordaba Kaneda, fue cuando aparecían espíritus de niños. En este caso, la esposa de Kaneda tomaba la mano de Kana y los reconfortaba; diciéndoles que mamá estaba con ellos y todo estaría bien. El primero en aparecer fue un niño muy pequeño, que no entendía lo que se le decía y se limitaba a llamar a su mamá. Otra fuer una niña de siete años, la cual había estado escapando del tsunami junto a su hermano menor pero terminó soltando su mano antes de ahogarse; y temía que su madre se enojara por soltar a su hermano.
"Viene una ola negra. Mami, mami, tengo miedo. Mami, lo siento." Repetía Kana con la voz de la niña.

Para finales de agosto, Kana pareció desarrollar una habilidad para evitar que los espíritus ocuparan su cuerpo, y las visitas al templo se hicieron más escasas. En septiembre, Kana y su prometido se casaron y se mudaron a otro lado. Kaneda jamás volvió a saber de ella.